EL VERDADERO MEJOR INVENTO
Muchos han sido los instrumentos inventados por el hombre, que riñen por el privilegio de considerarse el mejor; el más determinante en el desarrollo de la humanidad. Por lo general, para más de la mayoría de las personas, la rueda se lleva el galardón, y la tubería le sigue el paso; aunque para muchos, éste último constituye el mejor invento. Debemos recordar que la tubería, empleada para conducir aguas servidas y otros desechos, ha evitado la proliferación de mortales enfermedades; corrigiendo la condición habitual en muchas ciudades de la Europa medieval y de la actual América: las asquerosas pequeñas corrientes de aguas insanas por las calles en tierra.
La jeringa es una tubería; las mangueras para venoclisis lo son; la trompeta, la cerbatana y los cañones de armas de fuego. En fin; es posible que por cada aplicación de una rueda, haya al menos una de la tubería.
Otro invento que merece un lugar importante en la historia del hombre, es la casa; el techo, la guarida. De hecho, el hombre no la inventó, sino que la redefinió a partir de las cavernas que los primates avanzados decidieron utilizar. Recordemos que uno de los grandes pasos que dio el primate, fue la decisión de mantenerse pisando la tierra en lugar de quedarse en los árboles. En la tierra, y en lo posible en la cueva, se defendía de algo que ya le generaba temor: El clima. Este temor era verdaderamente mayor que el que se podía tener a las fieras, pues no solo era cuestión de fuerzas incontrolables, sino que significaba incomodidad y riesgo de enfermarse al mojarse teniendo frío; o de resbalarse del árbol por la humedad o los fuertes vientos. La cueva le permitía estabilizar el calor, integrar a la “familia”-que con frecuencia era numerosa-, proteger objetos, e inclusive; pernoctar o descansar con más comodidad y tranquilidad.
La cueva le enseñó al hombre primitivo, a vivir en colectividad. Con el tiempo, le enseñó a vivir en familia.
El invento que proponemos en este artículo, se relaciona de manera especial con la redefinición de la cueva; este gran invento es el fogón, el asador que ha evolucionado a la ESTUFA.
Relativamente poco se conoce sobre las investigaciones realizadas por Suzane Herculano-Houzel; la neurocientífica brasileña que logró establecer la relación entre comida y neuronas.
Houzel encontró una relación directa entre la ingesta nutritiva, y la proyección neuronal de los primates y los mamíferos (grandes y pequeños). Encontró que una parte importante de lo ingerido, aplica para fortalecer el desarrollo y funcionamiento neuronal, y otra parte aplica para el sostenimiento tisular o somático. Si el primate no consume lo suficiente, lo ingerido será de manera preferente, dedicado a mantener el aspecto corporal, la permanente alerta al reconocerse presa de otros animales, y a suplir la energía necesaria para digerir los alimentos; en la mayoría de casos, sacrificando su capacidad neuronal, lo que por lo general se ve reflejado en un menor, o menos capaz cerebro. Las células cerebrales son mucho más “costosas” que las del resto de células tisulares.
La clave del desarrollo de la corteza cerebral está, entonces; en la correcta nutrición. Lo que se ingiere, debe alcanzar para las cuatro tareas mencionadas. Una parte de la energía contenida en los alimentos, es necesaria para digerir los propios alimentos consumidos. Otra parte se aplica a lo somático, en dos direcciones: (Estado corporal, y el sostenimiento de la alerta permanente) y otra parte a mantener un sistema neuronal; y en ese orden, se prioriza la energía consumida.
La solución ha sido entonces comer más? No. La solución está en alimentarse mejor.
Comer más, significa para la mayoría de primates, comer unas diez horas al día. Comer con ese ritmo, facilitaba adquirir un cuerpo lo suficientemente intimidante, como para despreocuparse un poco de los depredadores, que también debían crecer; o para adquirir agilidad y agudezas sensoriales que mejoren la alerta frente a los depredadores. Comer mejor, significa que si podemos ahorrarnos el gasto energético para descomponer los alimentos, nuestra digestión es más eficiente y rápida. Precisamente, podemos ahorrar energía, si cocinamos los alimentos.
Cuando el hombre estableció que en la cueva el fuego le daba ventajas, lo dominó y empleó para calentarse, para protegerse de las fieras, para mejorar la visibilidad, para preservar los alimentos, y para asarlos o cocinarlos. Quizás las tres últimas formas de empleo del fuego fueron fortuitas; ocurrieron accidentalmente, y encontraron su aplicación cuando se atrevieron a comer carne y productos vegetales “afectados” por las llamas o las brasas. En todo caso, esos accidentes condujeron al hombre primitivo a preferir los alimentos pasados por fuego. De allí nació el asador primero; y después el fogón de piedras, que ha llegado a la estufa.
Este es el mejor invento. Sin el fogón, no fuéramos humanos; o no habríamos pasado de Homo habilis.
La cocción de alimentos permitió que el hombre no gastara tanto tiempo masticando y digiriendo; y al tener tiempo sobrante, pudo dedicarse a realizar otras actividades que sus extremidades le facilitaban.
El ritmo con el que variaba la buena digestión, hacía variar exponencialmente, la capacidad cerebral.
Por otro lado, desarrollar el cerebro le permitió al hombre perfeccionar estrategias para defenderse de las fieras, disminuyendo el gasto de energía en estrés y alerta.
Suzane H-Houzel encontró coincidencia temporal entre los periodos en que el hombre domesticó el fuego y lo usó para pre-digerir los alimentos; y el periodo en que su capacidad cerebral se desarrolló aumentando casi logarítmicamente el número de neuronas.
Llegamos a la conclusión, entonces, que la cocción de alimentos permitió al homo a desarrollar su capacidad cerebral y mental, hasta adquirir habilidad para inventar la Rueda y la Tubería.
La jeringa es una tubería; las mangueras para venoclisis lo son; la trompeta, la cerbatana y los cañones de armas de fuego. En fin; es posible que por cada aplicación de una rueda, haya al menos una de la tubería.
Otro invento que merece un lugar importante en la historia del hombre, es la casa; el techo, la guarida. De hecho, el hombre no la inventó, sino que la redefinió a partir de las cavernas que los primates avanzados decidieron utilizar. Recordemos que uno de los grandes pasos que dio el primate, fue la decisión de mantenerse pisando la tierra en lugar de quedarse en los árboles. En la tierra, y en lo posible en la cueva, se defendía de algo que ya le generaba temor: El clima. Este temor era verdaderamente mayor que el que se podía tener a las fieras, pues no solo era cuestión de fuerzas incontrolables, sino que significaba incomodidad y riesgo de enfermarse al mojarse teniendo frío; o de resbalarse del árbol por la humedad o los fuertes vientos. La cueva le permitía estabilizar el calor, integrar a la “familia”-que con frecuencia era numerosa-, proteger objetos, e inclusive; pernoctar o descansar con más comodidad y tranquilidad.
La cueva le enseñó al hombre primitivo, a vivir en colectividad. Con el tiempo, le enseñó a vivir en familia.
El invento que proponemos en este artículo, se relaciona de manera especial con la redefinición de la cueva; este gran invento es el fogón, el asador que ha evolucionado a la ESTUFA.
Relativamente poco se conoce sobre las investigaciones realizadas por Suzane Herculano-Houzel; la neurocientífica brasileña que logró establecer la relación entre comida y neuronas.
Houzel encontró una relación directa entre la ingesta nutritiva, y la proyección neuronal de los primates y los mamíferos (grandes y pequeños). Encontró que una parte importante de lo ingerido, aplica para fortalecer el desarrollo y funcionamiento neuronal, y otra parte aplica para el sostenimiento tisular o somático. Si el primate no consume lo suficiente, lo ingerido será de manera preferente, dedicado a mantener el aspecto corporal, la permanente alerta al reconocerse presa de otros animales, y a suplir la energía necesaria para digerir los alimentos; en la mayoría de casos, sacrificando su capacidad neuronal, lo que por lo general se ve reflejado en un menor, o menos capaz cerebro. Las células cerebrales son mucho más “costosas” que las del resto de células tisulares.
La clave del desarrollo de la corteza cerebral está, entonces; en la correcta nutrición. Lo que se ingiere, debe alcanzar para las cuatro tareas mencionadas. Una parte de la energía contenida en los alimentos, es necesaria para digerir los propios alimentos consumidos. Otra parte se aplica a lo somático, en dos direcciones: (Estado corporal, y el sostenimiento de la alerta permanente) y otra parte a mantener un sistema neuronal; y en ese orden, se prioriza la energía consumida.
La solución ha sido entonces comer más? No. La solución está en alimentarse mejor.
Comer más, significa para la mayoría de primates, comer unas diez horas al día. Comer con ese ritmo, facilitaba adquirir un cuerpo lo suficientemente intimidante, como para despreocuparse un poco de los depredadores, que también debían crecer; o para adquirir agilidad y agudezas sensoriales que mejoren la alerta frente a los depredadores. Comer mejor, significa que si podemos ahorrarnos el gasto energético para descomponer los alimentos, nuestra digestión es más eficiente y rápida. Precisamente, podemos ahorrar energía, si cocinamos los alimentos.
Cuando el hombre estableció que en la cueva el fuego le daba ventajas, lo dominó y empleó para calentarse, para protegerse de las fieras, para mejorar la visibilidad, para preservar los alimentos, y para asarlos o cocinarlos. Quizás las tres últimas formas de empleo del fuego fueron fortuitas; ocurrieron accidentalmente, y encontraron su aplicación cuando se atrevieron a comer carne y productos vegetales “afectados” por las llamas o las brasas. En todo caso, esos accidentes condujeron al hombre primitivo a preferir los alimentos pasados por fuego. De allí nació el asador primero; y después el fogón de piedras, que ha llegado a la estufa.
Este es el mejor invento. Sin el fogón, no fuéramos humanos; o no habríamos pasado de Homo habilis.
La cocción de alimentos permitió que el hombre no gastara tanto tiempo masticando y digiriendo; y al tener tiempo sobrante, pudo dedicarse a realizar otras actividades que sus extremidades le facilitaban.
El ritmo con el que variaba la buena digestión, hacía variar exponencialmente, la capacidad cerebral.
Por otro lado, desarrollar el cerebro le permitió al hombre perfeccionar estrategias para defenderse de las fieras, disminuyendo el gasto de energía en estrés y alerta.
Suzane H-Houzel encontró coincidencia temporal entre los periodos en que el hombre domesticó el fuego y lo usó para pre-digerir los alimentos; y el periodo en que su capacidad cerebral se desarrolló aumentando casi logarítmicamente el número de neuronas.
Llegamos a la conclusión, entonces, que la cocción de alimentos permitió al homo a desarrollar su capacidad cerebral y mental, hasta adquirir habilidad para inventar la Rueda y la Tubería.
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